La Navidad de la Esperanza
En otro rincón del mismo pueblo nevado, vivía un hombre llamado Don Ricardo. Él era un anciano solitario, que llevaba años encerrado en su dolor. Desde que su esposa falleció, Don Ricardo no encontraba alegría en nada, y menos en la Navidad. Cada año, cuando llegaban las fiestas, se refugiaba en su pequeña casa, apagaba todas las luces y trataba de ignorar la alegría que inundaba las calles.
Una fría tarde de diciembre, cuando los niños del pueblo decoraban el árbol de la plaza central, alguien mencionó a Don Ricardo. Era conocido por ser el hombre más gruñón del pueblo, pero una niña llamada Clara, de apenas siete años, no lo veía así. Para ella, Don Ricardo no era más que una persona triste que necesitaba un poco de cariño.
Clara, que había escuchado historias sobre cómo el anciano solía ser muy amable en sus días de juventud, decidió que haría algo especial por él esa Navidad. Junto con sus amigos, organizó una visita sorpresa a la casa de Don Ricardo la víspera de Navidad. Llevaban consigo pequeñas velas y empezaron a cantar villancicos en su puerta.
Dentro de la casa, Don Ricardo escuchó las dulces voces de los niños. Al principio, se molestó. “¿Por qué me molestan a mí?” pensó, mientras se levantaba con dificultad de su silla. Pero cuando miró por la ventana y vio las caras sonrientes de los niños, algo en su corazón cambió.
Finalmente, abrió la puerta. Clara, con su gran sonrisa, le entregó una pequeña caja adornada con una estrella dorada en la parte superior.
—Don Ricardo, le traje una estrella de esperanza —dijo Clara, con una sonrisa cálida—. Mi mamá me dijo que cuando la noche es más oscura, es cuando las estrellas brillan más.
Don Ricardo tomó la caja, sus manos temblaban. Hacía mucho que no sentía algo tan bonito. La pequeña estrella dorada no era más que un simple adorno, pero para él significaba el renacer de algo que había perdido hacía mucho tiempo: la esperanza.
Esa noche, Don Ricardo no apagó las luces ni se encerró en su tristeza. En cambio, colocó la estrella de Clara en el centro de su árbol y se sentó junto al fuego, recordando los buenos tiempos que había compartido con su esposa. Por primera vez en muchos años, sintió que la Navidad volvía a tener sentido. Y mientras los niños se alejaban cantando, Don Ricardo supo que, aunque su esposa ya no estaba a su lado, el amor y la esperanza nunca lo habían abandonado.
Radhe – Autor de Cuentos Cortos
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