Cuentos para dormir sobre dragones y mundos lejanos

Érase una vez, en un rincón muy lejano del universo, existía un mundo llamado Lumina, donde los dragones no solo volaban por el cielo, sino que también hablaban, reían y eran los guardianes de la magia.

En este mundo vivía una niña llamada Sofía. Sofía tenía el corazón lleno de curiosidad y siempre miraba las estrellas desde la ventana de su habitación. Una noche, mientras observaba el cielo, vio algo extraordinario: una estrella fugaz que dejó un rastro dorado y aterrizó en el bosque cercano a su casa.

—¡Es una señal!— pensó Sofía, llena de emoción. Sin dudarlo, se puso su abrigo, tomó su linterna y salió hacia el bosque.

Cuando llegó al claro del bosque, encontró algo que jamás había imaginado: un pequeño dragón dorado, con escamas que brillaban como el sol. El dragón estaba enredado entre unas ramas y parecía asustado.

—¡Hola! ¿Estás bien?— preguntó Sofía con suavidad.

El dragón levantó la cabeza y, para sorpresa de Sofía, respondió:

—No sé cómo llegué aquí. Me llamo Aureo y necesito volver a mi mundo antes de que la luna desaparezca.

Sofía no podía creer que un dragón estuviera hablándole. Pero, en lugar de asustarse, sonrió y dijo:

—Te ayudaré, Aureo. ¿Cómo volvemos a tu mundo?

Aureo agitó sus pequeñas alas y explicó:

—Necesitamos encontrar el Puente de Luz, un portal mágico que se abre cuando el corazón es puro y valiente. Pero está protegido por tres guardianes.

—¡Vamos!— exclamó Sofía con determinación.

Juntos comenzaron su aventura. El primer guardián era un árbol gigante llamado Sabiondo. Sus ramas eran tan altas que tocaban las nubes.

—¿Quién se atreve a cruzar mi bosque?— rugió Sabiondo.

Sofía, valiente, respondió:

—Somos Sofía y Aureo. Necesitamos pasar para encontrar el Puente de Luz.

Sabiondo los miró con ojos sabios y dijo:

—Solo podrán cruzar si resuelven este acertijo: “Soy ligero como una pluma, pero ni el hombre más fuerte puede sostenerme por mucho tiempo. ¿Qué soy?”

Sofía pensó por un momento y luego sonrió.

—¡El aliento! — exclamó.

Sabiondo sonrió y abrió un camino entre sus ramas para que pudieran pasar.

El segundo guardián era un lago cristalino donde vivía una sirena llamada Liria. Liria apareció en la superficie y dijo:

—Si quieren cruzar mi lago, deben demostrar que saben escuchar.

La sirena comenzó a cantar una melodía suave y, al terminar, preguntó:

—¿Qué historia conté con mi canción?

Aureo frunció el ceño, pero Sofía cerró los ojos y recordó las palabras de la melodía.

—Cantaste sobre un pez que quería volar y, con la ayuda del viento, alcanzó las nubes,— respondió Sofía.

Liria aplaudió con entusiasmo y dijo:

—¡Bien hecho! Pueden cruzar.

El último guardián era un gigantesco arco iris que brillaba en el cielo. Pero el arco iris estaba roto.

—Necesitan restaurar mis colores si quieren abrir el portal,— dijo el arco iris.

Sofía buscó en sus bolsillos y encontró crayones que siempre llevaba para dibujar. Con cuidado, pintó cada color del arco iris. Cuando terminó, el arco iris resplandeció y se transformó en un puente luminoso.

—¡Lo logramos!— gritó Aureo, feliz.

Juntos cruzaron el Puente de Luz y llegaron a Lumina, el mundo de los dragones. Aureo voló alto y rugió con alegría.

—Gracias, Sofía. Nunca olvidaré tu valentía y bondad.

Sofía sonrió y, con un destello dorado, regresó a su habitación. Aunque todo parecía un sueño, en su bolsillo quedaba una pequeña escama dorada, prueba de su maravillosa aventura.

Y así, Sofía se durmió mirando las estrellas, soñando con dragones y mundos lejanos.

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