Había una vez, en un río tranquilo rodeado de altas palmeras y plantas de hojas enormes, un joven cocodrilo llamado Coco. Aunque todos los cocodrilos de su familia eran excelentes nadadores, Coco tenía un problema: ¡tenía miedo de nadar!
Cada vez que sus amigos cocodrilos se lanzaban al agua para jugar o buscar comida, Coco se quedaba en la orilla, observando con una mezcla de tristeza y frustración. No entendía por qué el agua le daba tanto miedo, pero simplemente no podía reunir el valor para sumergirse.
Una mañana, mientras el sol iluminaba el río y los pájaros cantaban desde las ramas, su madre le dijo:
“Coco, eres un cocodrilo fuerte e inteligente. Nadie nace sabiendo todo, pero con esfuerzo y paciencia, puedes aprender. ¿No te gustaría intentarlo?”
Coco suspiró. Sabía que su madre tenía razón, pero su miedo era más grande que su deseo de aprender. Sin embargo, algo cambiaría ese día.
El Encuentro con Rafa la Tortuga
Mientras Coco estaba sentado bajo un árbol, mirando su reflejo en el agua, escuchó una voz amable.
“¿Por qué estás tan triste, pequeño cocodrilo?”
Coco levantó la vista y vio a una tortuga vieja y sabia llamada Rafa. Rafa era conocida en todo el río por ser muy paciente y sabia.
“Es que… tengo miedo de nadar,” confesó Coco, bajando la mirada.
Rafa sonrió con ternura. “Todos tenemos miedo de algo, pero el valor no significa no tener miedo. Significa enfrentar ese miedo poco a poco. ¿Te gustaría que te ayude a aprender?”
Coco se sorprendió, pero algo en la voz de Rafa le dio confianza. “¿De verdad me ayudarías?”
“Por supuesto,” respondió Rafa. “Pero primero debes prometer que tendrás paciencia contigo mismo y nunca te rendirás.”
Coco asintió con determinación.
El Primer Paso: Mojar las Patas
Rafa llevó a Coco a un charco pequeño, mucho más tranquilo que el río grande.
“Antes de nadar, solo necesitas acostumbrarte al agua. Moja tus patas y siente cómo se mueve,” dijo Rafa.
Coco puso una pata en el agua y luego otra. Al principio, le pareció fría y extraña, pero poco a poco empezó a sentirse más cómodo. Después de un rato, incluso empezó a chapotear un poco.
“¡Muy bien, Coco! Cada pequeño paso cuenta,” dijo Rafa con entusiasmo.
El Segundo Paso: Flotar
Cuando Coco ya no tenía miedo de mojarse, Rafa lo llevó a una parte del río donde el agua era más profunda pero aún tranquila.
“Ahora, intenta flotar. El agua puede parecer aterradora, pero si confías en ella, te sostendrá,” explicó Rafa.
Coco dudó, pero se recordó a sí mismo la promesa que había hecho. Se lanzó al agua lentamente, dejando que su cuerpo se relajara. Al principio, se hundió un poco, pero luego, para su sorpresa, empezó a flotar.
“¡Mira, estoy flotando!”, exclamó emocionado.
“Lo estás haciendo muy bien,” dijo Rafa. “El siguiente paso es mover tus patas para avanzar.”
El Tercer Paso: Enfrentar el Río
Después de varios días de práctica, Coco ya podía moverse en el agua sin problemas. Sin embargo, aún le quedaba un último desafío: nadar en el río con sus amigos.
Un día, mientras Coco practicaba, vio a un grupo de peces pequeños atrapados entre unas ramas cerca de la orilla. El agua era agitada, y los peces no podían salir.
“¡Ayúdanos!”, gritaban los peces.
Coco miró a Rafa, quien asintió con una sonrisa. “Es tu oportunidad de usar lo que has aprendido para hacer algo bueno.”
Aunque Coco estaba nervioso, recordó todo lo que había practicado. Nadó hasta los peces y usó su fuerte cola para mover las ramas. Los peces nadaron libres y agradecidos.
“¡Lo lograste, Coco!”, dijeron los peces.
El Gran Cambio
Esa noche, cuando Coco regresó a casa, se sentía más feliz y seguro que nunca. No solo había aprendido a nadar, sino que también había enfrentado su miedo y ayudado a otros en el proceso.
“Estoy muy orgullosa de ti, hijo,” dijo su madre al escuchar lo que había hecho.
Desde ese día, Coco no solo se convirtió en un excelente nadador, sino también en un ejemplo para todos los animales del río. Aprendió que, con paciencia y valentía, no hay desafío demasiado grande.
Fin
Radhe – Autor de Cuentos Cortos
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