Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un frondoso bosque, un niño llamado Leo. Leo tenía 9 años y era conocido por ser muy curioso, aunque también un poco temeroso. Siempre le gustó explorar, pero había un lugar en particular que evitaba a toda costa: la cueva oscura al final del bosque. Los niños del pueblo contaban historias de que la cueva estaba habitada por una criatura llamada “El Guardián de las Sombras”. Nadie sabía exactamente qué era, pero todos aseguraban que daba mucho miedo.
Una tarde, mientras jugaba con su perrita Luna, algo inesperado sucedió. Luna, mientras perseguía una mariposa, corrió directo hacia el bosque. ¡Y no solo eso! Sin que Leo pudiera detenerla, Luna desapareció en la temida cueva.
—¡Luna, vuelve! —gritó Leo, pero solo escuchó el eco de su propia voz.
Por un momento, pensó en regresar al pueblo por ayuda, pero algo en su corazón le dijo que no había tiempo que perder. Luna era su mejor amiga, y no podía dejarla sola. Así que, reuniendo toda su valentía, decidió entrar en la cueva.
El interior de la cueva era frío y oscuro. Leo sintió que sus piernas temblaban, pero recordó las palabras de su abuelo: “El miedo no es malo, Leo. Es la manera en que aprendemos a ser valientes”. Inspirado por esas palabras, encendió la linterna que llevaba en su mochila y avanzó.
Mientras caminaba, la luz de la linterna iluminó las paredes de la cueva, revelando hermosos cristales que brillaban como estrellas. Pero de pronto, un ruido fuerte lo sobresaltó. ¡Era un gruñido! Leo quiso salir corriendo, pero entonces escuchó otro sonido: el suave ladrido de Luna. Estaba cerca.
Con el corazón latiendo como tambor, siguió los sonidos hasta llegar a una amplia cámara dentro de la cueva. Allí, bajo la luz tenue de los cristales, vio a Luna. Estaba atrapada, pero no por una criatura monstruosa, sino por una enorme roca que bloqueaba su camino.
Cuando Leo corrió hacia ella, sintió que algo se movía a su alrededor. Levantó la linterna y entonces lo vio: una sombra gigante, alta como un árbol, con ojos brillantes que parecían dos llamas pequeñas.
—¡El Guardián de las Sombras! —susurró Leo, petrificado.
La sombra se acercó, pero para sorpresa de Leo, no era tan aterradora como decían las historias. Cuando miró más de cerca, se dio cuenta de que no era un monstruo, sino una gran ave, un majestuoso búho negro con plumas que parecían absorber la luz.
—¿Quién eres, pequeño humano? —preguntó el búho con una voz profunda pero amable.
Leo, temblando un poco, respondió: —Soy Leo, y estoy buscando a mi perrita Luna. Ella está atrapada.
El búho inclinó la cabeza y dijo: —¿Y no tienes miedo de entrar aquí, donde pocos se atreven a venir?
Leo tragó saliva y admitió: —Sí, tengo miedo. Pero no podía dejar a Luna sola.
El búho lo miró fijamente por un momento y luego dijo: —Eso, pequeño humano, es verdadera valentía. No es la ausencia de miedo, sino la decisión de enfrentarlo por algo importante.
Con un poderoso aleteo, el búho voló hacia la roca que atrapaba a Luna. Con sus garras fuertes, la movió lo suficiente para liberar a la perrita. Luna corrió hacia Leo, quien la abrazó con fuerza.
—Gracias, Guardián de las Sombras —dijo Leo con gratitud.
El búho asintió y agregó: —Lleva contigo esta lección, pequeño humano. En tiempos de miedo, la valentía siempre brillará como tu linterna en la oscuridad.
Con esas palabras, el búho extendió sus alas y desapareció en las sombras. Leo y Luna salieron de la cueva, más unidos que nunca. Esa noche, mientras Leo contaba su aventura a sus padres, se dio cuenta de que ya no sentía miedo al pensar en la cueva. Ahora sabía que la verdadera magia estaba en enfrentar sus temores por quienes amaba.
Desde entonces, Leo fue conocido en el pueblo no solo como el niño curioso, sino como el niño valiente que aprendió a encontrar luz incluso en los momentos más oscuros.
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Radhe – Autor de Cuentos Cortos
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