En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía un conejito llamado Tito. Tito era un conejito muy travieso y curioso, pero también era un poco solitario porque no entendía del todo cómo ser un buen amigo. Aunque Tito siempre estaba rodeado de otros animales del bosque, pasaba mucho tiempo jugando solo.
Un día, mientras Tito saltaba por el bosque buscando zanahorias, escuchó un suave sollozo que venía de cerca de un árbol grande. Intrigado, se acercó y encontró a una ardillita llamada Lila. Lila tenía una cola muy esponjosa y unos ojos grandes y brillantes, pero estaba llorando desconsolada.
—¿Qué te pasa, Lila? —preguntó Tito, inclinando su cabeza.
—He perdido mi bellota favorita —dijo Lila entre sollozos—. Era especial porque mi mamá me la regaló antes de irse a buscar comida para el invierno.
Tito miró a Lila y sintió un pinchazo en el corazón. Nunca había visto a alguien tan triste. Sin pensarlo mucho, decidió ayudarla.
—No te preocupes, Lila. Vamos a buscarla juntos. Dos ojos ven más que uno, ¿verdad?
Lila se secó las lágrimas y asintió con una pequeña sonrisa. Tito y Lila empezaron a buscar por todo el bosque. Revisaron entre las hojas, debajo de los arbustos y hasta dentro de las madrigueras, pero no encontraban la bellota. Mientras buscaban, Tito contaba chistes tontos para animar a Lila. Aunque algunos no eran muy graciosos, Lila se reía igual, agradecida por la compañía.
En su camino, se encontraron con otros animales. La tortuga Tomás estaba tomando el sol cerca del río.
—¿Qué hacen, chicos? —preguntó Tomás, moviendo lentamente su cuello.
—Estamos buscando la bellota favorita de Lila. ¿Has visto algo por aquí? —dijo Tito.
Tomás cerró los ojos y pensó.
—Mmm… Ahora que lo mencionas, vi algo redondo y pequeño flotando en el río esta mañana. Tal vez sea lo que buscan.
¡Tito y Lila se emocionaron! Rápidamente corrieron hacia el río, pero la corriente era fuerte y el agua muy fría. Tito se detuvo un momento.
—Lila, necesitamos más ayuda. No podemos hacerlo solos.
Juntos fueron a buscar a Max, el castor. Max era conocido por ser muy trabajador y por construir represas fuertes. Cuando le explicaron el problema, Max sonrió y dijo:
—No se preocupen, amigos. Construiré una pequeña barrera para detener la corriente y así podrán buscar mejor.
En poco tiempo, Max construyó una represa temporal que ralentizó el agua. Tito y Lila buscaron entre las piedras y las plantas del río hasta que, finalmente, Lila gritó:
—¡Aquí está! ¡Mi bellota favorita!
Lila abrazó la bellota con fuerza, y sus ojos brillaron de felicidad. Tito, Max y Tomás la miraron contentos. Habían trabajado juntos para resolver el problema, y ahora todos se sentían muy unidos.
—Gracias, Tito. Nunca habría encontrado mi bellota sin ti —dijo Lila emocionada.
Tito se sintió muy feliz. Por primera vez, comprendió que la amistad no era solo jugar juntos, sino también ayudar, compartir momentos buenos y malos, y trabajar en equipo.
Desde ese día, Tito no volvió a estar solo. Pasaba sus días con Lila, Tomás, Max y otros animales del bosque. Juntos vivían aventuras, aprendían cosas nuevas y se ayudaban mutuamente. Tito había aprendido la importancia de la amistad y, sobre todo, que ser un buen amigo era el tesoro más grande que podía tener.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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Radhe – Autor de Cuentos Cortos
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