Cuentos sobre cómo superar los miedos

Cuentos sobre cómo superar los miedos

Había una vez, en un pequeño y tranquilo pueblo rodeado de montañas, una niña llamada Sofía. Sofía tenía ocho años y, aunque era muy valiente en muchas cosas, tenía un gran miedo: ¡le temía a la oscuridad! Cada noche, cuando llegaba la hora de dormir, su corazón latía rápidamente y su mente empezaba a imaginar sombras y monstruos bajo su cama.

Una tarde, mientras jugaba en el jardín de su casa, Sofía vio a su abuela Marta, que siempre parecía saber cómo resolver cualquier problema. Abuela Marta tenía una sonrisa cálida y ojos brillantes, como si siempre estuviera lista para contar una historia mágica. Sofía, con su carita preocupada, se acercó a ella y le dijo:

Cuentos sobre cómo superar los miedos

—Abuela, ¿cómo puedo dejar de tener miedo de la oscuridad?

Abuela Marta la miró con ternura y, tomando su mano, la condujo hacia un rincón del jardín donde había una silla mecedora. Allí, se sentaron juntas, y la abuela empezó a contarle una historia que había aprendido cuando era niña.

—Hace mucho tiempo, —comenzó la abuela— había una pequeña luciérnaga llamada Lila. Lila vivía en el bosque, donde todo estaba oscuro por la noche. Aunque el resto de los animales del bosque no tenían miedo, Lila tenía un gran temor a la oscuridad. Cuando el sol se ponía y la luna subía al cielo, Lila temblaba y se escondía entre las hojas. Pensaba que había monstruos en las sombras y que, en cualquier momento, algo podía atraparla.

Sofía escuchaba atentamente mientras la abuela continuaba.

—Un día, Lila decidió que ya no quería tener miedo. Entonces, voló hacia el viejo árbol sabio del bosque, conocido como el Árbol de las Respuestas. El árbol le dijo: “Si quieres superar tu miedo, tienes que aprender a ver con otros ojos, no solo con los de la luz. La oscuridad también tiene belleza, solo que hay que aprender a descubrirla”. Lila no entendía muy bien, pero decidió intentarlo.

Sofía frunció el ceño y preguntó curiosa:

—¿Y qué hizo Lila, abuela?

Abuela Marta sonrió y siguió:

—Lila comenzó a volar por el bosque cada noche, pero en lugar de temer, empezó a fijarse en los pequeños detalles: las estrellas brillando en el cielo, los sonidos suaves de los grillos cantando, y las sombras que se movían suavemente con el viento. Se dio cuenta de que la oscuridad no era mala; solo era diferente. Fue entonces cuando Lila comprendió que tenía una luz especial dentro de sí, su brillante colita de luciérnaga. Cada vez que se sentía asustada, encendía su luz y veía cómo iluminaba el camino. Poco a poco, la oscuridad ya no le parecía tan aterradora, porque ella misma era capaz de iluminarla.

Sofía, con los ojos muy abiertos, preguntó:

—¿Tú crees que yo también tengo una luz especial, abuela?

La abuela le acarició la cabeza y le dijo:

—¡Por supuesto! Todos tenemos una luz dentro de nosotros, Sofía. La luz de la valentía, de la curiosidad y de la confianza. Cuando sientas miedo, recuerda que tienes esa luz, y solo tienes que dejarla brillar.

Esa noche, cuando Sofía se fue a dormir, decidió poner en práctica lo que su abuela le había contado. Apagó la luz de su habitación y, en lugar de esconderse debajo de las sábanas, se quedó quieta, mirando hacia la ventana. Vió cómo la luna iluminaba el jardín, y cómo las sombras de los árboles se movían suavemente con el viento. Sofía respiró profundamente y pensó en la luciérnaga Lila. Pensó que, si ella podía aprender a no tener miedo, ¡Sofía también podría!

De repente, Sofía comenzó a sentir algo raro. En lugar de miedo, sintió curiosidad. Se levantó y caminó hasta la ventana, donde vio una estrella brillante en el cielo. “Mira,” pensó, “la oscuridad también tiene su propia belleza.” Y, con esa idea en mente, cerró los ojos y se durmió tranquila, sabiendo que no estaba sola en la oscuridad, porque su luz interior estaba con ella.

A partir de esa noche, Sofía comenzó a ver la oscuridad de manera diferente. Cuando el sol se ponía, ya no sentía miedo. En lugar de eso, se sentaba junto a su ventana a observar las estrellas, y se imaginaba como Lila, la luciérnaga, volando por el bosque con su luz brillando en la noche.

Un día, mientras jugaba en el parque, Sofía vio a su amiga Clara, que parecía un poco triste. Se acercó y le preguntó:

—¿Qué pasa, Clara?

—Tengo miedo de ir al hospital, —dijo Clara con voz temblorosa—. Es oscuro allí, y no sé qué voy a encontrar.

Sofía pensó un momento y recordó la historia de la luciérnaga. Se agachó junto a Clara y le sonrió.

—No tienes que tener miedo. La oscuridad no es mala. Si enciendes tu luz, te darás cuenta de que no hay nada que temer. Mira, yo ya aprendí a ver la oscuridad de otra forma, y tú también puedes hacerlo. Si te sientes asustada, solo piensa en algo bonito y tu luz brillará.

Clara miró a Sofía y, aunque todavía un poco nerviosa, decidió seguir su consejo. Juntas, comenzaron a caminar hacia el hospital, y Clara comenzó a sentirse más tranquila, sabiendo que, con su luz interior, podría superar cualquier miedo.

Y así, Sofía aprendió que no solo se trataba de no tener miedo a la oscuridad, sino de entender que, en muchos casos, los miedos solo son sombras que desaparecen cuando decidimos enfrentarlos con valentía. Como Lila, todos tenemos una luz especial que, aunque pequeña, puede iluminar cualquier oscuridad.

Desde ese día, Sofía ya no temió a la oscuridad. Y, cada vez que alguien le hablaba de un miedo, Sofía les contaba la historia de la luciérnaga Lila y les recordaba que todos tienen una luz dentro de sí, capaz de brillar y superar cualquier temor.

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