Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, una niña llamada Sofía. Ella era conocida por su sonrisa brillante y su curiosidad infinita. Pero, a pesar de vivir en un lugar tan hermoso, Sofía a menudo se sentía sola. Su papá siempre estaba ocupado en el campo, su mamá pasaba muchas horas cosiendo para los vecinos, y su hermano mayor, Lucas, prefería jugar con sus amigos en lugar de pasar tiempo con ella.
Una tarde lluviosa, mientras miraba por la ventana de su pequeña habitación, Sofía suspiró. “¡Ojalá pudiera tener una familia que pasara más tiempo junta!” pensó.
Esa noche, mientras todos dormían, Sofía escuchó un suave golpeteo en la ventana. Al abrirla, encontró un pequeño pájaro azul con ojos brillantes y plumas tan suaves como el terciopelo. El pájaro le habló con una voz dulce:
—Hola, Sofía. Soy Azulito, un mensajero de los bosques mágicos. He venido a mostrarte algo importante sobre tu familia.
Sofía parpadeó sorprendida. —¿Hablas?— preguntó.
—¡Claro que sí! Ahora, rápido, toma mi ala. Te llevaré a un lugar especial.
Sofía, intrigada y emocionada, sujetó suavemente el ala de Azulito. De repente, un torbellino de luces doradas la envolvió, y antes de que pudiera darse cuenta, estaba en un bosque lleno de árboles que susurraban y flores que brillaban como estrellas.
En el centro del bosque había un gran espejo hecho de agua. Azulito le explicó:
—Este es el Espejo de los Recuerdos. Te mostrará momentos importantes de tu familia, cosas que quizás no has notado antes.
Sofía miró al espejo con curiosidad. Al instante, la superficie del agua comenzó a brillar, y apareció una escena: Era el día en que Sofía había nacido. Su papá sostenía su pequeña mano con cuidado, mientras su mamá lloraba de felicidad.
—¡Mira cómo te querían desde el principio! —dijo Azulito.
La siguiente escena mostraba a su hermano Lucas enseñándole a andar en bicicleta. Aunque Sofía había olvidado ese momento, ahora podía ver lo paciente y cariñoso que había sido con ella.
—¿Por qué nunca me cuenta estas cosas? —preguntó Sofía, sintiéndose un poco culpable por no haberlo recordado antes.
—A veces, las personas que más nos quieren no siempre saben cómo expresarlo —dijo Azulito—. Pero eso no significa que no lo sientan.
Otra escena apareció. Era su mamá, sentada junto a una vela encendida, remendando el vestido favorito de Sofía hasta muy tarde en la noche.
—Ella siempre está trabajando… pero lo hace por nosotros —murmuró Sofía, comenzando a comprender.
El Espejo de los Recuerdos mostró muchos momentos más: Su papá construyendo una casita de madera para ella, su mamá cocinando su sopa favorita cuando estaba enferma, y su hermano defendiéndola de los niños que la molestaban en la escuela. Poco a poco, Sofía empezó a ver cómo su familia siempre había estado ahí para ella, incluso cuando no lo había notado.
Finalmente, el espejo se apagó y Azulito sonrió.
—El amor no siempre se muestra con palabras grandes o gestos llamativos. A veces está en los pequeños actos que hacemos cada día por quienes nos importan. Ahora, ¿entiendes lo importante que es tu familia?
Sofía asintió, con los ojos llenos de lágrimas de gratitud. —Lo entiendo, Azulito. Tengo la mejor familia del mundo, y quiero que lo sepan.
De vuelta en casa, Sofía despertó con el corazón lleno de amor. Esa mañana, en lugar de quedarse sola en su habitación, bajó corriendo las escaleras. Ayudó a su mamá con la costura, acompañó a su papá al campo y pasó la tarde jugando con Lucas.
—¿Por qué estás tan contenta hoy? —preguntó Lucas, divertido por su entusiasmo.
Sofía sonrió y respondió: —Porque tengo la suerte de tenerlos a ustedes.
Desde entonces, Sofía nunca volvió a sentir que estaba sola. Aprendió que el amor de la familia está en todas partes, incluso en los momentos más simples. Y cada noche, mientras miraba las estrellas desde su ventana, le daba las gracias al pequeño pájaro Azulito por mostrarle lo valiosa que era su familia.
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Radhe – Autor de Cuentos Cortos
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