Historias para enseñar a los niños a compartir

Historias para enseñar a los niños a compartir

Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes, una niña llamada Ana. Ana vivía con su mamá y su papá en una casita con un jardín lleno de flores. A Ana le encantaba pasar tiempo en el jardín, especialmente cuando las mariposas volaban por el aire y los pájaros cantaban sus melodías.

Un día, mientras Ana jugaba cerca de un árbol, encontró una pequeña caja dorada escondida entre las raíces. Estaba decorada con dibujos de estrellas y corazones, y al abrirla, descubrió que dentro había una increíble colección de canicas de colores brillantes. Había canicas rojas, azules, verdes y hasta algunas que brillaban en la oscuridad. Ana se quedó maravillada con el tesoro que había encontrado.

Historias para enseñar a los niños a compartir

—¡Qué bonito! —exclamó Ana mientras observaba las canicas. —Las puedo guardar todas para mí, ¡serán mi secreto!

Pero mientras jugaba, Ana recordó que su vecino, Carlos, siempre venía a jugar con ella. Carlos era su mejor amigo y a menudo compartían sus juguetes y juegos. Sin embargo, Ana pensó que si le mostraba las canicas a Carlos, él podría pedirle algunas. ¡Y a Ana no le gustaba mucho la idea de compartir!

—No, no quiero compartirlas —se dijo Ana en voz baja mientras miraba las canicas con una sonrisa traviesa.

Esa tarde, Carlos vino a la casa de Ana, como siempre, para jugar. Cuando vio a Ana cerca del árbol, se acercó a ella y le preguntó:

—¡Hola, Ana! ¿Qué estás haciendo?

Ana, sin querer mostrar las canicas, rápidamente las metió en su bolsillo y respondió:

—Nada, solo estaba viendo las flores. ¿Quieres jugar a las escondidas?

Carlos aceptó, y los dos comenzaron a jugar. Sin embargo, mientras corrían y se escondían, Ana no podía dejar de pensar en las canicas. Sabía que no las había compartido con Carlos, pero algo dentro de ella comenzaba a sentirse un poco triste.

Al día siguiente, Ana decidió ir a dar un paseo por el bosque. Mientras caminaba entre los árboles, vio a un pajarito herido en el suelo. El pajarito parecía necesitar ayuda, pero Ana no sabía qué hacer. Entonces, decidió llevarlo a su casa para curarlo. Durante todo el camino de regreso, Ana pensaba en lo que había pasado con Carlos y las canicas.

Cuando llegó a casa, puso al pajarito en una pequeña caja y lo cuidó con mucho cariño. Mientras le daba agua y comida, Ana pensó en algo muy importante.

—Cuando ayudamos a los demás, siempre nos sentimos mejor —pensó Ana. —Y, ¿por qué no compartir las cosas bonitas que tenemos con los demás? Tal vez sea mejor si comparto mis canicas con Carlos.

Esa tarde, después de alimentar al pajarito, Ana decidió ir a la casa de Carlos. Cuando llegó, lo encontró jugando en el jardín.

—¡Carlos! —gritó Ana con una gran sonrisa. —Tengo algo para ti.

Carlos se acercó rápidamente, curioso por saber qué era.

—¿Qué tienes, Ana? —preguntó.

Ana sacó las canicas de su bolsillo y las mostró a Carlos. Sus ojos brillaron al ver los colores tan hermosos y las que brillaban en la oscuridad.

—¡Wow! ¡Son increíbles! —exclamó Carlos. —¿Puedo jugar con algunas?

Ana dudó por un momento, pero recordó lo que había pensado antes sobre compartir y cómo se sentía cuando ayudaba al pajarito. Con una sonrisa, dijo:

—Claro que sí, Carlos. Podemos jugar juntos con todas las canicas.

Carlos saltó de alegría.

—¡Gracias, Ana! ¡Eres la mejor amiga!

Los dos se sentaron en el césped y comenzaron a jugar con las canicas, haciendo carreras y lanzándolas al aire. Mientras jugaban, Ana se dio cuenta de algo muy importante: cuando compartimos con los demás, no solo ellos se sienten felices, sino que también nosotros nos sentimos bien. Las risas de Carlos y su felicidad hicieron que Ana se sintiera más feliz de lo que jamás había imaginado.

Al final del día, mientras el sol comenzaba a ponerse y el cielo se llenaba de colores naranjas y rosados, Ana y Carlos se sentaron juntos bajo el árbol. Ana pensó en lo que había aprendido ese día.

—Compartir no significa que tengamos menos —dijo Ana con una sonrisa. —Significa que hacemos que otros también sean felices.

Carlos asintió y agregó:

—¡Y juntos nos divertimos mucho más!

Desde ese día, Ana nunca volvió a dudar de lo bonito que es compartir. Sabía que compartir no solo era algo que hacía sentir bien a los demás, sino que también la hacía sentir a ella más feliz y contenta. Y lo más bonito de todo es que, cuando compartimos, podemos hacer que todos los que nos rodean tengan momentos felices y divertidos, tal como lo hizo con las canicas.

Y colorín colorado, este cuento de compartir ha terminado.


Este cuento enseña a los niños la importancia de compartir, no solo como un acto de generosidad, sino también como algo que genera felicidad para todos. Porque cuando compartimos lo que tenemos, hacemos que el mundo sea un lugar más bonito para todos.

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