Cuentos nocturnos para niños con final feliz

Cuentos nocturnos para niños con final feliz

Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, un conejito llamado Tomás. Tomás vivía con su familia en una madriguera muy cómoda cerca de un campo lleno de flores de colores. Aunque Tomás era un conejito muy alegre durante el día, cuando caía la noche, comenzaba a sentir algo extraño en su corazón: ¡miedo a la oscuridad!

Cada noche, cuando las estrellas comenzaban a brillar en el cielo y la luna iluminaba el bosque, Tomás se acurrucaba bajo su manta de hojas secas y cerraba los ojos con fuerza. A veces, oía ruidos misteriosos que lo hacían temblar: un crujido de ramas, un susurro del viento, o incluso el canto de algún búho lejano. Pensaba que podría haber algo raro en la oscuridad, y eso lo asustaba mucho.

Cuentos nocturnos para niños con final feliz

Una tarde, después de un día de juegos en el campo, Tomás decidió que iba a hablar con su mamá sobre su miedo.

—Mamá, ¿por qué la noche tiene que ser tan oscura y silenciosa? —preguntó Tomás, mirando con preocupación el cielo que ya empezaba a oscurecerse.

Su mamá, una coneja muy sabia y cariñosa, le sonrió con ternura y le dijo:

—Hijo mío, la noche no es algo para temer. La oscuridad es solo el descanso de la naturaleza. Los animales que viven de noche, como los búhos, las luciérnagas y los zorros, se despiertan cuando cae el sol. La oscuridad no es más que un momento para recargar energías, para descansar y para soñar. Y recuerda, siempre hay algo brillante en la noche: las estrellas, la luna y, sobre todo, la luz de tu corazón.

Tomás no estaba del todo convencido. “¿Cómo podría la oscuridad ser algo bueno?”, pensaba. Esa noche, como todas las demás, cerró los ojos con fuerza, pero no podía dejar de escuchar ruidos extraños. Justo cuando estaba a punto de llorar, algo especial sucedió.

Un pequeño murmullo llegó hasta sus orejas, como si alguien lo llamara. Abrió los ojos y vio algo brillante acercándose: ¡una luciérnaga! La luciérnaga volaba suavemente, iluminando la habitación de Tomás con su luz dorada.

—¡Hola, Tomás! —dijo la luciérnaga, posándose sobre una hoja cerca de su cama—. No te asustes, estoy aquí para ayudarte.

Tomás, sorprendido, se levantó de su cama y la miró con curiosidad.

—¿Tú puedes ayudarme? —preguntó Tomás, aún un poco asustado.

La luciérnaga asintió con su cabeza luminosa.

—Sí, claro. Sé que te da miedo la oscuridad, pero en realidad, es algo muy bonito. ¿Te gustaría que te mostrara el maravilloso mundo de la noche?

Tomás dudó un poco, pero decidió confiar en la luciérnaga.

—¿De verdad es bonito? —preguntó, aún sin creérselo.

La luciérnaga brilló más intensamente y le sonrió.

—Sí, Tomás. Ven, te mostraré algo mágico.

Juntos, salieron de la madriguera y comenzaron a caminar por el bosque. A medida que avanzaban, Tomás notó que el bosque no estaba vacío ni en silencio. Había muchas criaturas despiertas, y aunque no podía verlas claramente, podía escuchar sus suaves movimientos: los grillos cantaban su canción, las ranas croaban en el estanque, y el viento susurraba entre las ramas de los árboles.

La luciérnaga volaba adelante, iluminando el camino.

—Mira, Tomás —dijo la luciérnaga—, ¿ves esa luz allá en el cielo? Es la luna. Ella cuida el bosque toda la noche, dándole luz a los animales y ayudándolos a encontrar su camino. Y las estrellas, aunque pequeñas, están ahí para recordarnos que siempre hay algo brillante, incluso en la oscuridad más profunda.

Tomás miró al cielo y vio la luna resplandecer, y las estrellas brillando como diamantes en el vasto cielo negro. Se sintió tranquilo por primera vez en muchas noches.

—¡Es hermoso! —exclamó Tomás, con los ojos abiertos de asombro.

La luciérnaga sonrió, contenta de que Tomás comenzara a entender.

—Y no solo eso —continuó—, en la oscuridad hay muchas maravillas. Las sombras que ves, aunque a veces te asusten, son solo formas que crean las luces. Si miras de cerca, verás que no son monstruos, sino solo árboles, piedras y flores que cambian de forma cuando no hay luz del sol.

Tomás se acercó a un árbol cercano y vio cómo su sombra se alargaba bajo la luz de la luna. Se dio cuenta de que no era un monstruo, solo un árbol con ramas que se movían suavemente con el viento. Sintió una gran paz.

—Entonces, ¿la oscuridad no es mala? —preguntó Tomás, ahora mucho más tranquilo.

—No, Tomás —respondió la luciérnaga con una sonrisa—. La oscuridad es solo una parte de la noche, igual que el día es parte de la mañana. La oscuridad nos ayuda a descansar, a soñar y a vivir en armonía con la naturaleza. No hay que temerle. Y siempre que necesites luz, aquí estaré para iluminar tu camino.

Tomás sonrió y miró la luciérnaga con gratitud.

—Gracias, pequeña amiga. Ahora entiendo que la oscuridad puede ser un lugar bonito y tranquilo. Y sé que, si alguna vez tengo miedo, siempre puedo mirar al cielo y recordar que las estrellas están ahí para guiarme.

La luciérnaga lo acompañó de vuelta a su madriguera, y antes de despedirse, le dio un último consejo:

—Recuerda, Tomás, la noche es solo otra parte del día, y cuando te encuentres con algo que te dé miedo, solo respira hondo y mira a tu alrededor. Siempre habrá algo hermoso en la oscuridad que te hará sentir seguro.

Esa noche, Tomás durmió tranquilo. Ya no tenía miedo de la oscuridad, y soñó con las aventuras que viviría en el futuro. A partir de ese momento, cada vez que el sol se ponía y la noche llegaba, Tomás sabía que la oscuridad no era su enemiga, sino un lugar lleno de maravillas y magia.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¡Recuerda, siempre hay algo brillante en la oscuridad, solo tienes que mirar!

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